La trashumancia es una práctica heredada de nuestros antepasados nómadas.
Durante la Edad Media, era muy común entre los pastores quienes movían sus rebaños estacionalmente en búsqueda de pastos frescos y agua.
Esta práctica nómada no solo era necesaria para la supervivencia de los animales, sino que también desempeñaba un papel crucial en la economía de aquellos lugares por donde pasaban estos rebaños.
Además, se desarrollaron tradiciones, festividades y celebraciones en torno a la llegada y partida de los rebaños trashumantes, lo que enriqueció el patrimonio cultural del país.
En términos ambientales, al permitir la rotación de pastoreo y evitar la sobreexplotación de los recursos naturales, la trashumancia contribuyó a mantener la biodiversidad, a prevenir la erosión del suelo y a conservar los paisajes rurales.
Debido a la importancia de la lana y el manejo nómada de los rebaños se crearon las cañadas reales, vías naturales protegidas que aún a día de hoy se mantienen y que tienen como función la de facilitar el paso y servir de guía de los pastores trashumantes en los movimientos estacionales del rebaño.
Estos espacios protegidos son una gran herramienta de secuestro de carbono para nuestro planeta además de una gran fuente de biodiversidad.
Mantiene Ecosistemas
Un rebaño de 1000 ovejas trashumantes es capaz de diseminar durante 24 horas en su camino un total de 5 millones de semillas, debido a la digestión de los ruminantes, estas semillas son esparcidas a los dos o tres días de la ingesta a una distancia total de entre 45 y 60 km de donde la comieron y el 30% de ellas acaban germinando.
Este dato nos refleja el gran poder de la trashumancia para generar ecosistemas ricos y mejorar la diversidad de nuestras plantas, evitando así la monogamia entre especies silvestres y la deforestación del suelo.